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Una tarde aburrida. Aburrido en casa, me pongo a espiar a la vecina y me sorprende mi hermana.

24/09/2019 por Diario del Porno | Comentarios desactivados en Una tarde aburrida. Aburrido en casa, me pongo a espiar a la vecina y me sorprende mi hermana.

Lo que transcribo a continuación es el relato de lo que ocurrió el día en que me inicié, de forma abierta y sin remilgos, al sexo. Constituye un recuerdo del pasado, explicado hoy con la perspectiva que permite la experiencia. Por eso, el relato puede contener expresiones o interpretaciones que son más propias de un análisis retrospectivo, realizado actualmente.

Ocurrió una calurosa tarde del mes de junio, a punto de empezar oficialmente el verano de 1976 en la que después de comer, todos los miembros de la familia se habían ido a atender sus ocupaciones rutinarias. Todos excepto mi hermana Elvira, que esa semana se encargaba de fregar los platos. Ella era la mayor, con veintidós años, y se turnaba con mi otra hermana, Delia, de veinte. Esa tarde también yo estaba en casa, ocioso, sin saber qué hacer. Hacía dos días que había acabado los exámenes de selectividad, y mientras esperaba el resultado, andaba holgazaneando y sin saber qué hacer con mi tiempo.

Contaba yo dieciocho años recién cumpliditos y mi experiencia con el sexo era de lo más desalentador. Nada de novias, nada de contacto con chicas… Un desastre! Eran otros tiempos, claro.

La cuestión es que estaba aburrido en mi habitación, y a través de la ventana, que estaba entreabierta, me llegaron los sonidos típicos del trasteo con platos, vasos y demás menaje de cocina. Procedían del primer piso del edificio –yo vivía en un segundo-, de cuya cocina obtenía desde mi habitación una perspectiva bastante aceptable, pues la veía desde arriba. En ella estaba fregando los platos la vecina. Una mujer de unos treinta y algo, a la que ya tenía fichada, porque solía ponerse una especie de batita para estar por casa, muy corta, que mostraba unos muslos que a mí se me antojaban muy provocativos y sugerentes. Me quedé mirando a la espera de que en algún gesto que hiciera, al agacharse o estirar los brazos, descubriera a mi mirada libidinosa un tramo aún mayor de muslo, o quién sabe si algo más.

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